domingo, 17 de junio de 2012

ACTO 14 (Vol. 1)

La fiesta en Wittgendorf continuaba a pesar de que nuestros protagonistas quedaran K.O. tras el masivo consumo de drogas del segundo día de festival, y poco a poco todos fueron recuperando la resacosa consciencia en un lugar muy poco acogedor, tal y como continúa atestiguando la narración de Magmar. Pero no adelantemos acontecimientos, y que sea él quien continúe describiendo la juerga que se pegaron en aquel pueblo de mala muerte, dejado de la mano de Sigmar...

¿? ¿De Sigmarzeit?

Despertamos en una celda. Sin nuestras posesiones, casi desnudos y bastante molestos con nosotros mismos por habernos dejado engañar. Al menos no estábamos encadenados a la pared. JÁ. Éstos no nos conocían, sino lo hubieran hecho. De modo que en cuanto abrimos los ojos, ya comenzamos a hacer de las nuestras, y con la ayuda de finísimos huesos roídos por las ratas, que Karin encontró entre los huesos deslucidos del anterior inquilino del lugar, la pequeña halfling logró abrir la cerradura de la celda que nos retenía.

Escuchamos gemidos, lloros, y pasos provenientes de más allá de la puerta cerrada de nuestra prisión. Un guardia estaba llevando a un recluso a su celda, aunque que cuando volviera se parara a oler nuestra celda avisaba que no era un guardia normal. Eso, y la enorme mole que se entreveía por entre los resquicios de la puerta cerrada. Y cuando Al abrió la puerta aprovechando el momento para golpearle en los morros por sorpresa con la misma, vimos que era cierto. El aparentemente carcelero, era un ogro. 

Los demás aprovechamos para cargar contra el mastodóntico carcelero, iniciándose una trifulca en los pasillos de aquellas mazmorras en la que cláramente llevábamos las de perder, pese a ser más, ya que estábamos hambrientos y desarmados, pero la lucha se igualó al pillar por sorpresa y desarmado al ogro mutante, y al superar en número a la imponente mole de músculos.

“Sería la hostia que la halfling le diera en la cabeza” Igor, adivino.

Pero es que Karin escaló a su chepa sirviéndose del cinturón para trepar como un mono, es lo que tienen los críticos.

Y viendo cómo acabó el pobre ogro, seguro que presenciaremos este tipo de escenas en próximos combates.

Tras cargárnoslo a nuestra particular y sádica manera, abrimos otras celdas, para ver si alguien se quería venir con nosotros y de paso echarnos una mano. Dado el estado general de los prisioneros, a cada cual más anémico y en peor estado que el anterior, sólo uno se atrevió a plantar cara a los carceleros, un tal Gregory miembro de la resistencia del pueblo, pero resistió poco (ba dum tasss), como ya os contaré luego. También había un recaudador imperial, pero fue más sensato, y se quedó en la celda con el resto de prisioneros.


Teniamos que salir de allí como fuera, y procedimos a la huida de las mazmorras, encontrándonos por el camino con un vejestorio enloquecido que colgaba dentro de una jaula, del techo de la sala de torturas, en donde nos pertrechamos con todo lo que podíamos usar a modo de armas: serruchos para cortar costillas, atizadores de carbón, y demás utensilios de combate poco ortodoxos.

Además, nuestra búsqueda de la salida nos llevó a encontrar una habitación cerrada a cal y canto, con una preocupante calavera roja pintada sobre ella, tras la cual se escuchaban cloqueos, chapoteos y gorgoteos, y que preferimos no abrir. Y también, bajando unas escaleras, llegamos a una dársena con caseta de guardia incluida, de la que echamos patas pese a encontrar  la caseta sin guardias y con aspecto de haber sido abandonada apresurádamente, ya que la reja de la dársena estaba bajada y no había forma de salir por allí a nado, además de que ciertos movimientos sospechosos del agua provocaron que volviéramos a subir rápidamente apretando el culo, cuando vimos movimiento en el agua acercándose a nosotros, pensando que sería algún otro tipo de mutante acuático con ganas de cruspírsenos sin aliño ni nada. 

Más tarde, el Director de Juego confesó con esta misma cara sonriente
que lo que había bajo las aguas, no era más que una vulgar trucha.

Seguimos por esa zona, y dimos con las habitaciones del ogro, donde estaban algunas de nuestras cosas. Y su hacha a dos manos, que tuvimos la fortuna de no probar en nuestras carnes tras pillarlo in fraganti un rato antes.
  
Otras escaleras subían, y mandamos a Karin de avanzadilla, ya que era más sigilosa. No sirvió de nada, ya que un Guerrero del Caos la vio en el gran salón que se extendía allí arriba, y la saludó amigablemente, pero un chillidito de Karin nos hizo subir a todos.

En el gran salón estaban el adorador del caos, un hombre bestia y un mayordomo. Se encontraban comiendo en una larga mesa, y me ahorraré describir lo que había en el menú del día. Si aquello no era lo suficientemente macabro e inquietante, los cuadros de las paredes terminaban de poner los puntos en las íes, mostrando a miembros de la familia Wittgenstein, de generación en generación, en los cuales se podía percibir una clara degradación en los rostros a medida que pasaban los años de cuadro en cuadro, claro que lo peor no era eso, lo peor era descubrir objetos en los cuadros que momentos antes habían estado en la mesa del comedor, y viceversa. Todo un espectáculo con el que fardar ante las visitas de la familia, digo yo. El Guerrero del Caos nos dijo que quería acabar con las señoras Wittgenstein y que por eso estaba allí. Y fue quien nos alertó de que había un ataque sobre el castillo, y que llevábamos cinco días dormidos. Pero cuando pregunté si el mayordomo iba con ellos, que se había ido, se cabreó y nos echó encima a la bestia, mientras él se iba a buscarlo para que no se fuera de la lengua.

¡Cinco días drogados! ¡Menudo resacón!

Matamos al hombre bestia con cabeza de carnero, y ahí perdimos al de la resistencia que abrió una puerta y salió por ella sin esperarnos. Nosotros nos escabullimos por otra al ver cómo bajaba la cabeza del mayordomo por las escaleras, y se oía al adorador del caos decir que ahora venía a por nosotros.  Por suerte, para nosotros, siguió al hombre de la resistencia, predecíblemente pensando que habíamos escapado por la puerta principal abierta, que era la que había usado Gregory, y no la de acceso a la cocina, que era por la que nos dimos a la fuga.

Así que por nuestra parte, nos dedicamos a hacer turismo por el castillo mientras tratábamos de evitar encontrarnos de nuevo con el Guerrero del Caos. Un patio, las cocinas, un pasillo, una habitación, ... en nuestro periplo tuvimos la fortuna (o desgracia) de conocer a habitantes del castillo la mar de simpáticos, por que ahora teníamos bien claro que estábamos dentro del Castillo Wittgenstein. Entre ellos a la cocinera, una señora desagradablemente oronda que olía como mil tumbas abiertas, y al pinche de la cocina, un hombrecillo bajito falto de nariz (con razón era el único pinche), y de piel completamene transparente, tras la cual se podían ver todos sus órganos. Semejante lección de anatomía andante a parte de dejarnos los pelos patrás de puro espanto (y eso que ya los traíamos con el olor que había en la cocina a causa de la señora), nos invitó a proseguir la huída,... más habitaciones, más pasillos, y más mutantes, zurciendo, y cosiendo zapatos, que ni preguntaron al vernos entrar de lo apurados de tiempo que íbamos, ya que en cuanto se acabaron los pasillos y habitaciones, tocó ir de vuelta a las habitaciones, la cocina,... y al patio donde vimos tras la espesa cortina de lluvia que caía, el cadáver de Gregory, presumíblemente decapitado por el apañero del caos, y un terrible foso enrejado, del que tras la espesa niebla del fondo, surgían gorgoteos, cloqueos, y chapoteos... sospechoso, sospechoso... además de varios edificios, diseminados por el patio central del castillo.

En uno de ellos había algún tipo de ritual que Al quiso interrumpir de inmediato, preocupado por lo que pudiera suceder cuando acabara. Y lo hicimos. Con unas botellas de aceite que habíamos cogido de… algún sitio, y la lámpara de Arty, prendimos fuego al lugar, mientras tuvimos que agarrar a Al y a Hans que se habían quedado lelos escuchando la hipnotizante música con cánticos, y terribles sonidos de órgano provenientes del lugar.

Después un ser femenino y desnudo, con cola de escorpión, y pinzas en los brazos, salió tras los integrantes también desnudos del ritual, que huyeron despavoridos del incendiado edificio, algunos envueltos en llamas. Se trataba de una Diablesa de Slaanesh según me enteré despues, que era demasiado ágil y fuerte, casi tanto como el demonio invocado por Ethelka en el desastre de Kemperbad. La infernal diablesa me dejó inconsciente (-1up o bueno, menos 1PD, como prefiráis llamarlo xD), tras cortarme una mano al dejarme embobado mirando su escultural belleza eviloide.

Es lo que tienen las diablesas: unas poderosas razones para quedarse mirando embobado.

El resto trató de huir de la diablesa atravesando el patio en dirección a la otra parte del castillo, pero su camino de huída quedó cortado cuando en medio del camino aparecieron soldados de los Wittgenstein, luchando con unos semiamorfos seres de color rosado. Y el aspecto de los guardias no era mejor, no, puesto que ninguno llevaba puesto el casco, ese que nunca se quitaban en el pueblo, y descubrieron al grupo sus horribles semblantes descompuestos.

Entre combatir a varios, y combatir a uno, el grupo se enfrentó a la diablesa para replegarse y esconderse en el castillo, y cuando esta ya estaba a punto de decapitar a Hans, desapareció en una nube rosa, y un demoniaco chillido. A caballo regalado... corre lo que puedas, de modo que el grupo volvió a las dependencias del castillo, a esconderse lo más lejos que pudieran de las criaturas que lo asaltaban.

2 comentarios:

  1. "Es lo que tienen las diablesas: unas poderosas razones para quedarse mirando embobado."

    Ningún enano se fijaría en ella sin magia de por medio. ¡Es alta! ¡Y no tiene barba!

    xDDD

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  2. Ummm, pues dado que Magmar es quien más se arrimó a ella no diría yo lo mismo. Aunque la pérdida de la mano dolió tanto que volvió en sí y además ahora piensa que todo el mundo está contra él... aunque tampoco es que eso sea mentira.

    La verdad es que las horas (despiertos), después del resacón que llevábamos encima, de paseo y carreras por medio Castillo Wittgenstein parecieron dignas de un teatro de terrorde eso que están de moda en Altdorf. Quizá deba plantearme escribir alguna obra basada en nuestras experiencias... jijiji.

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