domingo, 8 de abril de 2012

ACTO 12 (Vol. 2)

  Continúan las amazingosas aventuras de la compañía de la pala aulladora en este segundo volumen del acto 12, en donde descubriremos entre otras cosas los peligros de meterse en una villa alejada de la civilización, y carente de cobertura alguna para el móvil.

  Además, actualizamos la sección de historiales de los PJ-s de la campaña añadiendo la ficha policial, digo, la historia y antecedentes de Albretch, más adelante incluiremos también su hoja de PJ al igual que con los demás. Como "bonus track", no nos olvidamos de incluir las Pifias Mentales correspondientes a los sucesos narrados en esta entrada, y que encontrareis en su respectiva sección.

  Así que, adelante con la crónica de hoy:

24 de Sigmarzeit:

  Una vez claros los planes que seguirían, Hyeronimous volvió a lo suyo para convencer a las autoridades de realizar una revisión en la declaración de hacienda de la familia Wittgenstein, mientras el grupo se encargaba de buscar un barco que los llevara a la villa de Wittgendorf en donde residía la noble familia, para recabar más información con la que empaquetar a semejante panda de facinerosos mientras esperaban la llegada del hechicero amatista.

  Lo primero con lo que se encontraron en la búsqueda de un medio de transporte fue un rechazo generalizado hacia ellos al saberse de cuál era su destino, debido en gran medida a un miedo atroz al lugar. Solo Gertrude, la fornida y agitanada  patrona de un cochambroso barco fluvial conocido como “La Viuda”, y a quien remitieron tras el revuelo causado por su llegada, se prestó a llevarles por una buena suma, no sin antes advertirles una vez mas (y ya iban unas cuantas), de la peligrosa fama de la villa como lugar corrupto por el mal. Además, por si las palabras no fueran suficientes argumentos, la viril mujer les mostró el motivo del revuelo causado por la llegada de su barco al puerto, que no era otra cosa que el cadáver de una criatura muerta hallada flotando en el río cerca de Wittgendorf: Un mutante parecido a un pez hinchado, doblado por la mitad, bajo cuya desmenuzada piel asomaban escamas, y bajo cuyas axilas se extendían tentáculos rosas. La horrísona visión llevó de los terrores a nuestro grupo de protagonistas, y Gertrude se apresuró en explicar cómo habían llegado a puerto con la intención de entregarlo a las autoridades. Con el pago de 2Co de oro, y el cumplimiento de la tarea de bajar el cadáver a tierra, nuestros ahora muy acojonados protagonistas cerraron el trato para el viaje.

"Buenas, era amigo del difunto, vengo a presentar mis respetos a la familia"


26 de Sigmarzeit:

  Así, el grupo arribó en Wittgendorf dos días después. La localidad presentaba un aspecto más siniestro que Sheldon Cooper sonriendo. Ubicada en medio de un terrorífico bosque de árboles retorcidos y negros, la compañía dejó el barco solo para ver cómo este se daba prisa en volver a marcharse dejándolos en la villa, cuya opresiva atmósfera no invitaba a la tranquilidad.  Las casas que llegaban a ver desde el desvencijado, y pequeño muelle de madera presentaban un arcaico aspecto de haber pasado días mejores, y la nublada y gris luminosidad del día no ayudaba a mejorar el paisaje de un lugar del que parecía haberse olvidado todo el Imperio. Y por encima de sus cabezas, imponiéndose en el tétrico paisaje desde el farallón sobre el río en el que estaba construido, el tétrico castillo Wittgenstein les daba la bienvenida a aquellas tierras marcadas por el caos.

  La primera sorpresa desagradable se la llevaron cuando un grupo de seis mendigos salieron de una destartalada caseta a pedir limosnas. Su aspecto e higiene eran los mismos que los de nuestros protagonistas en un día bueno, pero aún así no quisieron intimar con la gente de su mismo estrato social. Repugnados por los mendigos, Karin se apresuró en lanzarles unas monedas por las que los despojos humanos comenzaron a pelearse, momento que aprovecharon para darse las de Villadiego, pero a sabiendas de que no conocían el lugar, se dejaron guiar por uno de los zarrapastrosos lugareños a cambio de más monedas, y de servir de huéspedes a parte de la colonia de piojos y pulgas que aprovecharon el momento para instalarse en los serranos cuerpos de algunos de nuestros protagonistas.

A estas alturas de campaña, hasta una aparición parasitaria adquiere tintes épicos para el grupo.

  El grupo fue guiado hasta la posada de “La Estrella Fugaz”, la mejor posada del pueblo según el guía… y también la única. Una vez en las calles, pudieron comprobar que la imagen de todas las casas eran similares a las vistas desde el muelle, estando la mayoría en muy mal estado, cuando no en ruinas, y por el camino se tropezaron con la segunda sorpresa desagradable del día: Un mendigo peleaba por un hueso con un perro ante la atónita mirada de los presentes, quienes no supieron cómo reaccionar. Privado de ayuda para ahuyentar al sarnoso chucho, este terminó por desgarrar la garganta del pobre desgraciado, quien comenzó a desangrarse delante del grupo aullando de dolor, sin que a nuestros protagonistas les diera tiempo de ayudarle ya que acto seguido, de las calles circundantes aparecieron más perros callejeros que devoraron sin compasión al mendigo.

  Horripilados por lo que veían, el grupo decidió seguir adelante y salir de las poco tranquilizadoras calles lo antes posible, no fueran a convertirse ellos también en friskis, por lo que continuaron su camino acelerando el paso, y sin dejar de prestar atención a las miradas furtivas que les dirigían aquellos que les espiaban por entre las rendijas de las ventanas, y sobre todo, a las hambrientas miradas de los perros y mendigos que se cruzaban por el camino.

  Finalmente llegaron a  la posada, pagaron rigurosamente al guía, y se metieron en ella. El local no presentaba un aspecto muy salubre, pero era más acogedor que el exterior en donde se empezaban a agolpar mendigos esperando a que volvieran a salir. El hombre tras la barra, un posadero delgaducho, nervioso, y de hablar muy rápido, fue el único de los presentes en prestarles atención, y es que los parroquianos, de tez aceitunada, y extraña fisonomía con desproporcionados miembros, se limitaron a dedicársela a sus vasos.

  El hombre se dio a conocer como Herbert. Y además de ofrecerles las habitaciones que pidieron, muy gustosamente les informó sobre el pueblo, dado que al mismo no llegaban muchos forasteros, y su llegada pareció alegrarle el día.

  Al parecer la baronía era actualmente regentada por Lady Ingrid von Wittgenstein, y su hija Margritte, quienes atemorizaban a la población. La villa había caído en desgracia hacía unos 20 años, aunque Herbert no lo podía asegurar debido en buena parte a que la apartada situación de Wittgendorf, y la triste vida que llevaban confundían las fechas a cualquiera de los lugareños, quienes a menudo eran “secuestrados” por los guardias del castillo para darles una vida mejor dentro de las murallas, aunque muchos otros iban al mismo de buena fe, buscando algo de caridad. Algunos la recibían al ser invitados a pasar, y otros servían como diana para las armas de proyectil de la guardia.

Los más precavidos iban alégremente preparados para lo peor.

  Mientras conversaban con Herbert, y como llamados por sus palabras, hicieron acto de presencia tres de los guardias mencionados. Embutidos en sus armaduras de malla y placas, y con la cara tapada por sus respectivos cascos, los tres hombres pidieron vino, que procedieron a beber usando pajitas, sin mostrar sus rostros en ningún momento. La aparición de los guardias silencio a Herbert, quien los atendió con miedo, y luego se escabulló a la cocina. Tras terminarse sus vasos, y en el completo silencio de la taberna de la posada, uno de los guardias comenzó a gritar a los presentes, pidiendo información sobre “los que les habían estado atacando”. Ante la silenciosa respuesta de los parroquianos mientras nuestro grupo de delincuentes se esforzaba en pasar desapercibidos, los guardias terminaron por tomarla a golpes con un viejo borracho del local, sacándolo a rastras del mismo y amenazando a los presentes con un “tal vez la suerte de este viejo os haga hablar la próxima vez”.

  Por segunda vez, nuestros protagonistas decidieron no interferir en los hechos del pueblo, y la taberna no ardió a su paso (que siga en pie cuando se marchen de allí, es algo todavía por ver), pero su esfuerzo por pasar desapercibidos era vano en un sitio en el que se conocían todos, y los guardias no se marcharon sin antes lanzarles algunas miradas tras sus cascos.

  El silencio volvió a reinar en el lugar, y Herbert se apresuró a prepararles dos habitaciones para ellos, no sin antes servirles una sustanciosa comida a la que procedieron a dedicarle toda su atención. Y es que comer cualquier cosa crecida en aquellas tierras no invitaba a nada menos, cualquier despiste podía terminar por hacer que tu propia comida terminara contándote sus penas. Durante la sobremesa decidieron inspeccionar la villa, y familiarizarse un poco más con el lugar antes de que cayera la noche, y a ello que se pusieron aprovechando que la bandada de mendigos congregados fuera de la posada parecía haberse esfumado.