miércoles, 20 de marzo de 2024

Codicia Sangrienta – Acto 3.2

El grupo no había llegado demasiado tarde a su destino, pero no lo suficientemente rápido como para poder operar sin la interferencia del gran enemigo de Yngwie. El señor Van Haagen había llegado a la par que ellos, y ahora el enfrentamiento con el mafioso empresario era inevitable.

Aún estaba por verse si todo quedaría en una agresiva confrontación de tiburones de las finanzas en un despacho, o llegaría a correr la sangre. Estaban muy lejos de Marienburgo, y cualquier cosa era posible.

28 de Sommerzeit

Una vez descansados del viaje había que ponerse a trabajar de inmediato.

Yngwie pidió voluntarios entre la tripulación para trabajar fuera del barco, con una remuneración en horas acorde, y Herman, Heinfried, Falandar y Gottfried dieron un paso al frente para ayudar sin pensarlo ni un segundo. Albert no necesitó de motivación económica alguna, ya que si la deuda contraída con todos no era motivo suficiente para echar un cable, la atenta mirada del enano Jorm y su afilada hacha lo convencían sobradamente.

Así, Jorm, Heinfried, Albert y Herman se dirigieron a las minas para investigar el terreno sobre el que tenían puestos los ojos, ya que tantos accidentes como les habían dicho que estaban ocurriendo no parecían una cosa muy normal. O tal vez sí, ya que el enano no paraba de refunfuñar sobre “la pobre ingeniería minera de los enclenques humanos”. Sin embargo, no pudieron investigar mucho, ya que no pudieron convencer al vigilante de la entrada para dejarles pasar, aunque sí pudieron saber del nombre de uno de los capataces de la mina: un tal Volker, más preocupado por el fondo de las jarras de cerveza que por supervisar los trabajos mineros. Ante la infructuosa visita a la mina, Jorm decidió tomar otro camino de acción, y fue buscar a los enanos de Wolfenburgo, pero tampoco tuvo suerte con ello.

Por su parte, Yngwie, Axel y Johann se dedicaron a hacer vida social por el pueblo. Con el fin de que la fachada de elfo asquerosamente rico siguiera haciendo efecto, se pasearon por el pueblo interesándose por la vida del mismo. Así, además de exhibirse como un señoritingo de la alta sociedad con ganas de dejarse mucho dinero allí, aprovecharon para cotillear sobre cómo andaban las cosas por Wolfenburgo. Fue así como se enteraron de que Van Haagen ya andaba en tratos con el alcalde, quien le pedía importantes concesiones para la localidad, pero que a la gente no le hacía ninguna gracia dejar la prospección de las minas en las manos de un extranjero. Lo último podía ser un problema para que Yngwie negociara, pero se alegró al saber que Van Haagen tampoco lo estaba teniendo fácil. Al final de la mañana, al elfo le pareció que el paseo había sido fructífero: habían descubierto que Klaus era el consejero que llevaba el tema de las minas, y su exótica condición de elfo (para los aldeanos) junto a los puñados de coronas que exhibía, dieron la impresión de que estaba causando buena impresión en la gente.

Finalmente, la pareja formada por Lïnara y Falandar se acercó a La Urraca a vigilar a los facinerosos de Van Haagen. Vieron salir al hombre que los vigilaba el día anterior para seguir a Yngwie y a su grupo, y fue en ese momento cuando probaron a entrar en la posada para acercarse más a su objetivo. Descubierta la habitación en la que se hospedaba, se arriesgaron a subir a la misma, pero ¡oh, sorpresa!, al mismo tiempo que ellos subían, Van Haagen bajaba. Al cruzarse en medio de las escaleras, la descarada elfa aprovechó para meterle todo el morro a Falandar y empotrarlo contra la barandilla, con el fin de hacerse pasar por dos apasionados tortolitos y que Van Haagen no la reconociera, pero la estratagema no surtió efecto, y el villano la reconoció de inmediato.

 

No le tenía ganas ni ná la elfa al elfo.

Empezaron los gritos, las acusaciones de espionaje, los insultos y las increpaciones. Van Haagen intentó sujetar a Lïnara para llevarla a las autoridades, pero esta se zafó y corrió escaleras abajo solo para ser interceptada por los hombres de Van Haagen, que se encontraban en la planta baja y acudieron en ayuda de su patrón al oír el escándalo. Apresada, Lïnara ya veía sus huesos en la celda del cuartelillo acusada de espionaje, puesto que la posadera, a todas luces comprada por Van Haagen, no dudó en comenzar a gritar proclamas en contra de ella, y de los elfos que traerían el mal a su pueblo. Fue entonces cuando, tras varios segundos de colapso mental debido al repentino e inesperado baile de lenguas, Falandar acudió al rescate de su compañera, hostigando a Van Haagen y obligándolo a soltarla. Los argumentos de Falandar eran contundentes, y Van Haagen no tuvo más opción que dejarles ir si no quería que lo asociaran con una pareja de elfos lujuriosos, ya que cualquier escándalo que lo salpicara perjudicaría sus negociaciones con el alcalde.

Tras aquel incidente, los dos elfos corrieron a refugiarse a La Peña, esperando a que el resto de compañeros regresaran para ver cómo abordar las siguientes horas del día.

jueves, 7 de marzo de 2024

Codicia Sangrienta – Acto 3.1

Retomamos nuestra crónica para abordar la última parte de la  campaña con temática empresarial, que no estuvo carente de drama, tensión y dolor de barriga.

Ni qué decir tiene que cualquier atisbo de intención por parte de los jugadores de montar su propio negocio, quedó reducido a la nada más absoluta una vez finalizada nuestras partidas, pero eso es otra historia. De momento, sigamos con las vergonzosas desventuras de sus PJ-s.

17 de Sommerzeit

Tras unos días de asueto en la esclusa, y con la bodega bien cargada de la carne de los ciervos que Lïnara cazó en esos días, por entretenimiento y por surtir de más producto al stock de la empresa, La Luciérnaga retomó su viaje. Y dado que todas las dudas sobre el sabotaje y su causante ya se habían resuelto, patrón y empleados de confianza le apretaron las tuercas a Albert, que cantó como un mirlo. Jorm ya le tenía ganas al hombre y el interrogatorio habría hecho mearse en los pantalones a Clint Eastwood. Aunque hay que decir que Albert no opuso mucha resistencia, ya que estaba muy arrepentido de todo lo sucedido, puesto que el plan no había salido como lo había planeado, y por poco acaba él también en el puchero de los hombres bestia.

 

"O hablas, o soltamos al enano" le dijeron. Y ya no pudieron callarle.
 

Por lo que dijo, un hombre vestido con ropas muy lujosas y fuerte acento Tileano fue quien le contrató por 20 coronas, para que saboteara la barcaza y retrasase el viaje. Nunca fue su intención hacer daño a nadie, pero el sabotaje no se produjo como lo planeó y la barcaza se quedó tirada en el peor lugar y en el peor momento. Albert estaba muy arrepentido, e Yngwie acabó aceptando un pago compensatorio de 30 coronas por todas las pérdidas que había supuesto para la empresa, algo claramente insuficiente, pero que de momento libraba al hombre de un mayor castigo. Una vez que llegaran a Wolfenburgo, concretarían cómo pagaría el resto de su deuda con el elfo, pero de momento más le valía cumplir como no había cumplido hasta ahora, ya que el enano no le iba a quitar el ojo de encima.

Lo más importante de todo esto es que Yngwie constató, por la información recibida, que Van Haagen estaba detrás de todos sus males. El malandrín ya trató de meterse en su proyecto empresarial en Marienburgo cuando estaba en la búsqueda de un socio patrocinador, y ahora quedaba claro que tras negársele el trato, su intención era la de quitarle de las manos el negocio, por lo que era vital llegar cuanto antes a Wolfenburgo.

27 de Sommerzeit

A las 16:00 de aquel día, La Luciérnaga por fin recaló en Wolfenburgo. El viaje transcurrió sin ningún incidente desde que dejaran la esclusa, pero había sido largo, monótono y desesperante. Las fechas habían coincidido con el carnaval de Middenheim, y el tráfico fluvial que se dirigía a la ciudad del lobo blanco fue brutal en aquella última etapa, por lo que la navegación se volvió desesperantemente lenta, lo que no ayudó a aliviar los nervios de Yngwie. Sin embargo, por fin habían llegado y no era momento de dormirse en los laureles, o les arrebatarían el triunfo en el último momento.

Lo primero que hicieron al llegar fue buscar alojamiento, como no. Albert, quien había estado trabajando como si no hubiera mañana, se encargó junto a Lïnara de todos los trámites de los caballos, que fueron alojados en las caballerizas “La Peña”. Fue en ese momento cuando Lïnara se percató de la presencia de un hombre que observaba atentamente todos los movimientos del grupo desde que habían atracado, y haciendo caso a su instinto, decidió seguirlo con discreción. Aquel sospechoso hombre la llevó hasta otra posada mucho mas lujosa, de nombre “La Urraca”, y a la elfa el sentido élfico empezó a zumbarle con el volumen de la alarma puesto a máxima potencia.

Cuando la elfa vió salir de La Urraca a Van Haagen, acompañado de dos fuertes guardaespaldas y del hombre al que había seguido hasta allí, todas sus sospechas quedaron confirmadas. Gracias a la posición desde la que los veía sin ser vista y a su agudo oído, Lïnara pudo saber que los hombres hablaban de su grupo recién llegado y del fracaso del soborno para el sabotaje, además de los problemas que Van Haagen estaba teniendo con el alcalde del lugar, un tal Volking Konig, para llegar a un acuerdo respecto a la prospección de las minas. Al parecer el alcalde era un hueso duro de roer, y muy astuto respecto a los negocios de la ciudad a pesar de su condición de pueblerino. Aquello era una buena noticia: el patrón de Lïnara aún estaba a tiempo de arrebatarle el negocio a Van Haagen si jugaba bien sus cartas. Con una sonrisa en los labios, la elfa desapareció rumbo a La Peña para informar a Yngwie de su descubrimiento.

Mientras tanto, el resto del grupo había podido hacer algunas otras indagaciones, como que hacía ya una semana que un desprendimiento de tierra había causado varios heridos en las minas, que era el tercer accidente en menos de un mes durante las prospecciones de una nueva veta, y que el mozo de cuadra de La Peña andaba amargado por no haberse podido ir al carnaval de Middenheim, mientras que todos sus amigos ya habían partido a pegarse la juerga padre. Y fue el mozo precisamente, quien facilitó la tarea de hacer una buena entrada en el lugar cuando Lïnara informó a Yngwie de su descubrimiento: con gran teatralidad, Yngwie hizo ostentación de su dinero animando al mozo con unas exageradas propinas para que no lamentara haberse quedado currando, y este no tardó en empezar a largar por todo el pueblo que un miembro de la mágica especie de los elfos, se hallaba allí presto a soltar mucha guita por el bien de la localidad.

 

A ver Yngwie: barbilla alta y gesto de oler mierda, o no se lo van a creer.

Poco importaba que Yngwie estuviera más pelado que el sobaco de una rana, en ese momento lo importante era que todo el mundo allí se creyera que el elfo cagaba coronas de gromril y que iba a generar un chorrazo de empleos. Si eso calaba bien en los lugareños, ya tendrían un gran apoyo para enfrentar las negociaciones con el alcalde.