El grupo no había llegado demasiado tarde a su destino, pero no lo suficientemente rápido como para poder operar sin la interferencia del gran enemigo de Yngwie. El señor Van Haagen había llegado a la par que ellos, y ahora el enfrentamiento con el mafioso empresario era inevitable.
Aún estaba por verse si todo quedaría en una agresiva confrontación de tiburones de las finanzas en un despacho, o llegaría a correr la sangre. Estaban muy lejos de Marienburgo, y cualquier cosa era posible.
28 de Sommerzeit
Una vez descansados del viaje había que ponerse a trabajar de inmediato.
Yngwie pidió voluntarios entre la tripulación para trabajar fuera del barco, con una remuneración en horas acorde, y Herman, Heinfried, Falandar y Gottfried dieron un paso al frente para ayudar sin pensarlo ni un segundo. Albert no necesitó de motivación económica alguna, ya que si la deuda contraída con todos no era motivo suficiente para echar un cable, la atenta mirada del enano Jorm y su afilada hacha lo convencían sobradamente.
Así, Jorm, Heinfried, Albert y Herman se dirigieron a las minas para investigar el terreno sobre el que tenían puestos los ojos, ya que tantos accidentes como les habían dicho que estaban ocurriendo no parecían una cosa muy normal. O tal vez sí, ya que el enano no paraba de refunfuñar sobre “la pobre ingeniería minera de los enclenques humanos”. Sin embargo, no pudieron investigar mucho, ya que no pudieron convencer al vigilante de la entrada para dejarles pasar, aunque sí pudieron saber del nombre de uno de los capataces de la mina: un tal Volker, más preocupado por el fondo de las jarras de cerveza que por supervisar los trabajos mineros. Ante la infructuosa visita a la mina, Jorm decidió tomar otro camino de acción, y fue buscar a los enanos de Wolfenburgo, pero tampoco tuvo suerte con ello.
Por su parte, Yngwie, Axel y Johann se dedicaron a hacer vida social por el pueblo. Con el fin de que la fachada de elfo asquerosamente rico siguiera haciendo efecto, se pasearon por el pueblo interesándose por la vida del mismo. Así, además de exhibirse como un señoritingo de la alta sociedad con ganas de dejarse mucho dinero allí, aprovecharon para cotillear sobre cómo andaban las cosas por Wolfenburgo. Fue así como se enteraron de que Van Haagen ya andaba en tratos con el alcalde, quien le pedía importantes concesiones para la localidad, pero que a la gente no le hacía ninguna gracia dejar la prospección de las minas en las manos de un extranjero. Lo último podía ser un problema para que Yngwie negociara, pero se alegró al saber que Van Haagen tampoco lo estaba teniendo fácil. Al final de la mañana, al elfo le pareció que el paseo había sido fructífero: habían descubierto que Klaus era el consejero que llevaba el tema de las minas, y su exótica condición de elfo (para los aldeanos) junto a los puñados de coronas que exhibía, dieron la impresión de que estaba causando buena impresión en la gente.
Finalmente, la pareja formada por Lïnara y Falandar se acercó a La Urraca a vigilar a los facinerosos de Van Haagen. Vieron salir al hombre que los vigilaba el día anterior para seguir a Yngwie y a su grupo, y fue en ese momento cuando probaron a entrar en la posada para acercarse más a su objetivo. Descubierta la habitación en la que se hospedaba, se arriesgaron a subir a la misma, pero ¡oh, sorpresa!, al mismo tiempo que ellos subían, Van Haagen bajaba. Al cruzarse en medio de las escaleras, la descarada elfa aprovechó para meterle todo el morro a Falandar y empotrarlo contra la barandilla, con el fin de hacerse pasar por dos apasionados tortolitos y que Van Haagen no la reconociera, pero la estratagema no surtió efecto, y el villano la reconoció de inmediato.
No le tenía ganas ni ná la elfa al elfo.
Empezaron los gritos, las acusaciones de espionaje, los insultos y las increpaciones. Van Haagen intentó sujetar a Lïnara para llevarla a las autoridades, pero esta se zafó y corrió escaleras abajo solo para ser interceptada por los hombres de Van Haagen, que se encontraban en la planta baja y acudieron en ayuda de su patrón al oír el escándalo. Apresada, Lïnara ya veía sus huesos en la celda del cuartelillo acusada de espionaje, puesto que la posadera, a todas luces comprada por Van Haagen, no dudó en comenzar a gritar proclamas en contra de ella, y de los elfos que traerían el mal a su pueblo. Fue entonces cuando, tras varios segundos de colapso mental debido al repentino e inesperado baile de lenguas, Falandar acudió al rescate de su compañera, hostigando a Van Haagen y obligándolo a soltarla. Los argumentos de Falandar eran contundentes, y Van Haagen no tuvo más opción que dejarles ir si no quería que lo asociaran con una pareja de elfos lujuriosos, ya que cualquier escándalo que lo salpicara perjudicaría sus negociaciones con el alcalde.
Tras aquel incidente, los dos elfos corrieron a refugiarse a La Peña, esperando a que el resto de compañeros regresaran para ver cómo abordar las siguientes horas del día.