sábado, 29 de agosto de 2015

ACTO 26 (Vol.1)

  Después de muchísimo tiempo parado, y pese a la insistencia de las autoridades sanitarias para que no lo hiciéramos, el blog vuelve a la vida para retomar la historia desde el punto en el que se quedó.

  Creíamos necesario no dejar el cadáver pudriéndose eternamente, y en lugar de enterrarlo bajo 10 metros de profundidad como harían las personas cabales, decidimos resucitarlo para acometer con el tramo final de la campaña, que ya iba siendo hora. De modo que, listos o no, aquí vamos de nuevo.



28 de Sommerzeit: Séptimo Día del Carnaval de Middenheim.

  El grupo no se iba a andar con chiquitas esta vez, y si hacía falta, le iban a dar pal pelo hasta al guionista de la historia para conseguir respuestas, de modo que una vez fuera de “La Perdición del Templario”, lo primero que hicieron fue ir corriendo al carromato a pertrecharse con lo más jodiente de su arsenal.

  Una vez equipados se dirigieron sin demora hacia el lugar indicado por su confidente, sorteando a la númerosa muchedumbre que atestaba las calles bajo la verduzca luz de la luna Morrslieb, que para poner más nervioso al personal, comenzaba a dominar el nocturno cielo no augurando nada bueno con  su presencia cada vez más notoria y sonriente, cosa que sumada al hecho de que Arty comenzaba a sentir una perturbación en los vientos de la magia aún con las protecciones místicas de la ciudad, lograba poner más histéricos a nuestros protagonistas. Por su experiencia, todo aquello solo podía significar una cosa: Alguien estaba haciendo cosas nazis en la ciudad. Cosas muy nazis.

  Su guía los llevó hasta lo más profundo del Altquartier, hasta una cochambrosa casa aparentemente abandonada, de ventanas rotas. Allavandrel pagó lo acordado al hombre, y este se marchó con viento fresco a lugares más seguros.

  Una inspección de la zona les rebeló un carro junto al edificio bajo cuya lona se escondían algunos muebles y bolsas con ropa, además de un agujero en la pared de la planta baja lleno de guano y algunas plumas. Como no habían ido allí a perder tiempo, sino a correrle a gorrazos a alguien, Karin se puso de inmediato manos a la obra para abrir la puerta trasera del edificio, cerrada a cal y canto. Pero ¡Ay! Tan hecho mierda estaba el lugar que al de poco de ponerse a la tarea parte del marco de piedra de la puerta se le cayó encima junto con parte de la pared, con el consiguiente estruendo; y antes de decir Aguirremezkortajarena, el grupo ya se había ocultado lejos, bajo las sombras de los edificios de enfrente, desde donde pudieron ver la sombra de alguien observando desde una ventana a los pocos vecinos alertados por el estruendo que se arremolinaron junto a la puerta.

  Pasado el susto, y tras esperar un tiempo prudencial a que la gente se dispersara, el grupo aprovechó el agujero provocado por el derrumbe para entrar en el edificio. Con más sigilo que un ninja envuelto en algodón, todos fueron entrando a una habitación completamente vacía y en donde vieron un rastro de pisadas sobre el polvoriento suelo. Un rápido vistazo les rebeló unas escaleras que subían, y un pasillo, y mientras decidían qué hacer, escucharon a dos hombres hablar más allá del pasillo sobre el estruendo, y sobre una niña asustada. Las voces se acercaban a la misma velocidad que un resplandor que pronto iluminaría la estancia, y sin casi tiempo de reaccionar, en cuanto los hombres pusieron el pie en la habitación, el grupo atacó con todo lo que tenía.

  El combate que siguió fue, como viene siendo habitual, de todo menos épico. Los hombres se defendieron como pudieron, mientras que el grupo como siempre, atacó con la misma sutileza y organización que una manada de mandriles en celo, aunque al método hay que reconocerle su parte de efectividad. Los hombres cayeron en el combate, y mientras este tenía lugar entre tajos, golpes, tirones y mordiscos, alguien comenzó a disparar flechas desde más allá del pasillo, motivando a Albrecht a actuar para no terminar bloqueado contra la pared por la lluvia de flechas, y este, protegido con su escudo, ni corto ni perezoso, se lanzó a la carrera contra el objetivo, descubriéndolo asomado desde una trampilla en el suelo y haciendo un meritorio placaje de fama y aplauso, de no ser porque se fue al carajo junto a ambos contendientes cuando los dos se precipitaron trampilla abajo hechos un desordenado ovillo de brazos y piernas. El resultado fue un esperado trompazo monumental que casi manda a Albrecht a la atención de Morr.

  El grupo salió ganador de la trifulca, que si bien fue breve, también fue muy dura y se cobró su peaje. Los enemigos, dos mujeres y dos hombres, estaban muertos, pero Arty que había terminado inconsciente, casi pierde un ojo en el combate, y puede que incluso algo más, además de lo sufrido por el resto de sus compañeros.

Nada que no curen la Mercromina y un par de tiritas.
 
  Una vez puestas las tiritas, procedieron a inspeccionar el lugar. Contrastaba con el edificio abandonado de arriba, por cuanto que este estaba muy bien acondicionado y en buen estado. Aparentaba una bodega enorme muy bien reformada como lugar de residencia bajo tierra. A medida que fueron explorando las habitaciones, encontraron cosas bastante interesante que hicieron encajar más piezas en el rompecabezas que se traían entre manos: Una pajarera con una paloma dentro, y junto a la pajarera una montón de cenizas; un montón de cartas de amor, declaraciones y poemas firmados todos ellos por un tal “Lobo Feroz”; y lo que terminó de poner la guinda al pastel: una niña atada y amordazada de unos 7 u 8 años, que en cuanto se le preguntó afirmó ser la sobrina del Juez Erlich, exigiendo con la altanería propia de los nobles que se la llevara a su presencia.

La bomba acababa de estallarles en la cara.