Creíamos necesario no dejar el cadáver pudriéndose eternamente, y en lugar de enterrarlo bajo 10 metros de profundidad como harían las personas cabales, decidimos resucitarlo para acometer con el tramo final de la campaña, que ya iba siendo hora. De modo que, listos o no, aquí vamos de nuevo.
28 de Sommerzeit:
Séptimo Día del Carnaval de Middenheim.
El grupo no se iba a
andar con chiquitas esta vez, y si hacía falta, le iban a dar pal pelo hasta al
guionista de la historia para conseguir respuestas, de modo que una vez fuera
de “La Perdición del Templario”, lo primero que hicieron fue ir corriendo al
carromato a pertrecharse con lo más jodiente de su arsenal.
Una vez equipados se
dirigieron sin demora hacia el lugar indicado por su confidente, sorteando a la
númerosa muchedumbre que atestaba las calles bajo la verduzca luz de la luna
Morrslieb, que para poner más nervioso al personal, comenzaba a dominar el
nocturno cielo no augurando nada bueno con
su presencia cada vez más notoria y sonriente, cosa que sumada al hecho
de que Arty comenzaba a sentir una perturbación en los vientos de la magia aún
con las protecciones místicas de la ciudad, lograba poner más histéricos a nuestros
protagonistas. Por su experiencia, todo aquello solo podía significar una cosa:
Alguien estaba haciendo cosas nazis en la ciudad. Cosas muy nazis.
Su guía los llevó
hasta lo más profundo del Altquartier, hasta una cochambrosa casa aparentemente
abandonada, de ventanas rotas. Allavandrel pagó lo acordado al hombre, y este
se marchó con viento fresco a lugares más seguros.
Una inspección de la
zona les rebeló un carro junto al edificio bajo cuya lona se escondían algunos
muebles y bolsas con ropa, además de un agujero en la pared de la planta baja
lleno de guano y algunas plumas. Como no habían ido allí a perder tiempo, sino
a correrle a gorrazos a alguien, Karin se puso de inmediato manos a la obra
para abrir la puerta trasera del edificio, cerrada a cal y canto. Pero ¡Ay! Tan
hecho mierda estaba el lugar que al de poco de ponerse a la tarea parte del
marco de piedra de la puerta se le cayó encima junto con parte de la pared, con
el consiguiente estruendo; y antes de decir Aguirremezkortajarena, el grupo ya
se había ocultado lejos, bajo las sombras de los edificios de enfrente, desde
donde pudieron ver la sombra de alguien observando desde una ventana a los
pocos vecinos alertados por el estruendo que se arremolinaron junto a la
puerta.
Pasado el susto, y
tras esperar un tiempo prudencial a que la gente se dispersara, el grupo
aprovechó el agujero provocado por el derrumbe para entrar en el edificio. Con más
sigilo que un ninja envuelto en algodón, todos fueron entrando a una habitación
completamente vacía y en donde vieron un rastro de pisadas sobre el polvoriento
suelo. Un rápido vistazo les rebeló unas escaleras que subían, y un pasillo, y
mientras decidían qué hacer, escucharon a dos hombres hablar más allá del
pasillo sobre el estruendo, y sobre una niña asustada. Las voces se acercaban a la
misma velocidad que un resplandor que pronto iluminaría la estancia, y sin casi
tiempo de reaccionar, en cuanto los hombres pusieron el pie en la habitación,
el grupo atacó con todo lo que tenía.
El
combate que siguió fue, como viene siendo habitual, de todo menos épico. Los
hombres se defendieron como pudieron, mientras que el grupo como siempre, atacó
con la misma sutileza y organización que una manada de mandriles en celo,
aunque al método hay que reconocerle su parte de efectividad. Los hombres
cayeron en el combate, y mientras este tenía lugar entre tajos, golpes, tirones
y mordiscos, alguien comenzó a disparar flechas desde más allá del pasillo,
motivando a Albrecht a actuar para no terminar bloqueado contra la pared por la
lluvia de flechas, y este, protegido con su escudo, ni corto ni perezoso, se
lanzó a la carrera contra el objetivo, descubriéndolo asomado desde una
trampilla en el suelo y haciendo un meritorio placaje de fama y aplauso, de no
ser porque se fue al carajo junto a ambos contendientes cuando los dos se
precipitaron trampilla abajo hechos un desordenado ovillo de brazos y piernas.
El resultado fue un esperado trompazo monumental que casi manda a Albrecht a la atención de
Morr.
El
grupo salió ganador de la trifulca, que si bien fue breve, también fue muy dura
y se cobró su peaje. Los enemigos, dos mujeres y dos hombres, estaban muertos,
pero Arty que había terminado inconsciente, casi pierde un ojo en el combate, y
puede que incluso algo más, además de lo sufrido por el resto de sus
compañeros.
Nada que no curen la Mercromina y un par de tiritas. |
Una
vez puestas las tiritas, procedieron a inspeccionar el lugar. Contrastaba con
el edificio abandonado de arriba, por cuanto que este estaba muy bien
acondicionado y en buen estado. Aparentaba una bodega enorme muy bien reformada
como lugar de residencia bajo tierra. A medida que fueron explorando las
habitaciones, encontraron cosas bastante interesante que hicieron encajar más
piezas en el rompecabezas que se traían entre manos: Una pajarera con una
paloma dentro, y junto a la pajarera una montón de cenizas; un montón de cartas
de amor, declaraciones y poemas firmados todos ellos por un tal “Lobo Feroz”; y
lo que terminó de poner la guinda al pastel: una niña atada y amordazada de
unos 7 u 8 años, que en cuanto se le preguntó afirmó ser la sobrina del Juez
Erlich, exigiendo con la altanería propia de los nobles que se la llevara a su
presencia.
La bomba acababa de estallarles en la cara. |